lunes, 20 de mayo de 2013


Los Hombres de Hoy

Por Yosho Yamamoto


He aquí lo que decía uno de mis amigos.  Parece que un tal doctor Kyon afirma lo siguiente: "En medicina, se distingue a los hombres de las mujeres en virtud de los principios del yin y del yang; por consiguiente, los tratamientos médicos son, en esencia, diferentes.  Además, su pulso es también distinto. Sin embargo, en el curso de estos últimos cincuenta años, el pulso de los hombres se ha vuelto idéntico al de las mujeres.  Desde que me he percatado de este fenómeno, he considerado beneficioso tratar las enfermedades oculares de los hombres con los medios adecuados al pulso de las mujeres.  Cuando intento aplicar a mis pacientes varones los cuidados previstos para ellos, no obtengo resultado alguno".

En efecto, el mundo está transitando un período de degeneración: los hombres pierden su virilidad y se parecen cada vez más a las mujeres.

Es una convicción inquebrantable que he adquirido en el curso de mi experiencia personal y que he decidido no propalar.  Desde entonces, sin olvidar nunca esta reflexión, cuando ahora miro a los hombres, me digo: "Vaya, he aquí un pulso femenino".  Ya no encuentro realmente lo que se llama un hombre verdadero.  Debido a esto, hoy es posible ser considerado excelente y acceder a una posición elevada con un mínimo esfuerzo.  Los hombres se vuelven cobardes y débiles; prueba de ello es que actualmente son muy pocos quienes han pasado por la experiencia de haber cortado la cabeza de un criminal con las manos atadas a la espalda.

Cuando se les pide que asistan a alguien que va a realizar un suicido ritual, la mayoría se evade e invoca excusas más o menos válidas para marcharse.

Hace sólo cuarenta o cincuenta años, se consideraba que una herida recibida durante el combate era señal de virilidad.  Un muslo sin cicatrices era un signo tan marcado de falta de experiencia en el combate, que nadie se hubiera atrevido a mostrarlo, prefiriendo infligirse una herida de manera voluntaria.  Se esperaba de los hombres que tuvieran la sangre ardiente y fueran impetuosos.  Hoy en día, la vehemencia se considera una ineptitud, y los hombres utilizan la impetuosidad de su lengua para rehuir sus responsabilidades y no hacer nunca esfuerzo alguno.  Desearía que los jóvenes reflexionaran seriamente sobre la situación actual.

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